sábado, 23 de febrero de 2013

¿Y si ha roto la baraja?



¿Por qué Benedicto XVI ha renunciado de un día para otro? Siendo hombre de gran paciencia, ¿qué razón tenía para anunciar su abdicación con sólo dos semanas de antelación? ¿Por qué y para qué propiciar un cónclave con tanta prisa?
Podríamos pensar que ha tomado la decisión precipitadamente ante un peligro inminente. Sin duda, algún riesgo hay porque él mismo dice que su renuncia es para el bien de la Iglesia ante los peligros que hoy en día acechan a la vida de la fe. Pero también nos ha dicho que este paso llevaba mucho tiempo meditándolo. Y, desde luego, no encaja en su personalidad que una elección tan grave la adopte en unas pocas semanas.
Sabemos que le preocupaba el hecho de envejecer, de quedar medio inútil para el cargo. Esto ha pasado con más Papas, pero a él le horrorizaba no poder manejar el timón, como posiblemente ya le estaba ocurriendo. Y si le cuesta controlar el timón, otros son los que le “ayudan” a llevarlo. Pero él nos ha dicho que hace falta un Papa fuerte. Es decir, un capitán que sea el que lleve el timón sin la “ayuda” que él, de un manotazo, ha rechazado al renunciar al Papado.
Es una hipótesis, o mejor, una intuición, pero en el aire ha quedado la sensación de que Benedicto XVI ha quebrado un juego, una red de “ayudas” para pilotar la nave de Pedro que, parece, no le gustaba. Lo ha hecho tras meditarlo largamente, pero sin previo aviso, casi sacándose de la chistera un cónclave que nadie esperaba. Pero es que nadie ha sido capaz de comprender la audacia y libertad interior de este hombre.
Y en esas estamos, a la espera de un cónclave sorpresa en el que, por cierto, Ratzinger tendrá mucho que ver, ya que de los cardenales electores 67 los ha nombrado él mismo. Sería difícil negar que desde el primer día de su Pontificado estuvo preparando el cónclave de su sucesor. Y ahora, sin previo aviso, llega el momento de buscar al capitán que con firmeza tome el timón sin que los “lobos”, que tanto temía Ratzinger, desbaraten la jugada.

viernes, 15 de febrero de 2013

Pastando plácidamente



Juan Pablo II va camino de ser canonizado, entre otras cosas por su valor y sacrificio al agonizar públicamente en los últimos años de su Pontificado. Es verdad que durante su papado se encubrieron miles de abusos sexuales a menores, pero es un pequeño detalle que no importa demasiado al establishment curial y clerical para elevarlo a los altares cuanto antes.

Benedicto XVI renuncia a culminar su pontificado por verse mayor y los mismos voceros, clérigos o laicos, lo aplauden desaforadamente por su sentido de la prudencia ante un acto que, en sus detalles, es único en la Historia de la Iglesia.

Pasados los días se comprueba que el principal problema de la renuncia de Benedicto no es tanto ésta, como el páramo que había bajo sus pies. Dos Papas loados y aplaudidos (con sólo ocho años de diferencia) por dos actos contrarios y opuestos.

 El católico de hoy ha aniquilado su propio juicio. No quiera Dios que mañana un Papa condene el chorizo frito con patatas porque el católico al uso lo aplaudirá a rabiar hasta hacerse vegetariano y los demás seremos calificados de progres, carcas o las dos cosas a la vez. Al católico de hoy le da igual lo que le echen: acepta todo lo que venga de arriba, no porque Roma sea garante de la Fe y la Tradición, sino porque ve en Roma la única fuente de la Revelación y toda verdad inapelable.

Posiblemente sólo en el futuro se entenderá la decisión de Benedicto XVI. Quizá se vió incapaz de gobernar a los lobos que se devoran entre sí dentro de la Curia y el episcopado, y cuyas dentelladas van minando la unidad de la Iglesia, unidad rasgada que tanto ha lamentado públicamente el Santo Padre. Ya nos dijo nada más ser elegido Sumo Pontífice que rezáramos para que no huyera de los lobos. Quizá sólo abdicó porque pensaba que su edad era un obsátaculo insalvable. En todo caso, al menos tomó la decisión desde la libertad de espíritu que siempre le caracterizó. Justo lo contrario que el católico 'ortodoxo' medio que le jalea lo contrario que aplaudía en Juan Pablo II. La paradoja es que el establishment oficial ha sacralizado tanto la figura del Papa que hasta asume como normal, sin chistar, cualquier acto de desacralización por parte del propio Papa.

Lo más chocante de la decisión de Ratzinger es el frío conformismo con el que ha sido acogida, esa sequedad espiritual que reprime hasta el más natural sentimiento de asombro y de escándalo. Como si hubiera anunciado que cuelga los guantes un boxeador veterano. Pero no puede escapar a nadie que aquí hay un drama latente. Han querido obviar que en su anuncio Benedicto XVI ha relacionado sus menguadas capacidades con el momento histórico que acecha la vida de la fe. El católico al uso se queda con la versión más cómoda: el Papa se jubila porque está cansado. Pero él nos ha dicho que no lo hace porque quiera retirarse, sino porque se ve incapaz de gobernar la barca de Pedro cuando más arrecia la tempestad. No es precisamente una jubilación: se retira porque ve que bajo su gobierno el rebaño es pasto de los lobos cuando éstos están más desatados. Pero el rebaño, tan plácido, le desea feliz jubilación al abuelo de la familia.

Espeluznante.

miércoles, 13 de febrero de 2013

Un mensaje de alerta


Ningún día mejor que hoy, Miércoles de Ceniza, día de ayuno y oración, para ponerse frente a la pregunta:¿Qué ha podido llevar al Papa a resignar la mitra y rendir el báculo? Todo fiel debería afrontar así este acontecimiento excepcional en toda la Historia de la Iglesia. 
Las renuncias o abdicaciones de Pontífices han sido completamente excepcionales, y todas se han producido debido a circunstancias críticas que con el acto decisivo finalmente han llevado la consternación a toda la Iglesia.

Repasemos nuestra propia Historia:

San Ponciano
Las fuentes históricas sobre la vida de este papa escasean. Sucedió a Urbano I el 21 de julio del año 230. En el año 235, accedió a la jefatura del imperio romano Maximino el Tracio, que desató una persecución por la que Ponciano fue desterrado a la isla de Cerdeña, muriendo allí finalmente en el 236, quizás martirizado. Antes de su muerte, aunque no se sabe cuánto tiempo exactamente (acaso el 27 ó 28 de septiembre del 235), renunció al pontificado con la intención de despejar el camino para la elección de otro papa, aunque, no hay consenso en aceptar esta renuncia como un hecho seguro.

Marcelino
Después de sacrificar a los dioses por instigación del Emperador en el 304, las fuentes históricas no dejan claro si Marcelino abdicó o fue depuesto.

San Silverio
Fue elegido papa probablemente el 1º o el 8 de junio del año 536 y murió en el 537, quizá el 2 de diciembre. La emperatriz Teodora, esposa de Justiniano, secuestró a Silverio y proclamó al  diácono Vigilio como Papa. De vuelta a Roma, fue capturado por los partidarios de Vigilio, quienes, con el respaldo de Belisario, leal a Teodora, lo desterraron a la isla de Palmarola, en el Mar Tirreno. No se sabe cómo murió, pero según una cierta corriente historiográfica Silverio se vio forzado a renunciar el año 537, quizá el 11 de noviembre, a unas pocas semanas de su muerte. El Annuario Pontificio per l’anno 2002 acepta la abdicación de Silverio al considerar que el pontificado de Vigilio se legitimó tras la renuncia de aquél. Otros autores consideran a Vigilio como antipapa hasta la muerte de Silverio.

San Martín I
El Papa San Martín fue condenado a muerte por el Emperador Constante II por combatir la herejía monotelita, pero la pena le fue conmutada por la de destierro a Crimea. Fue vejado y maltratado, muriendo olvidado de hambre, frío y pena. Es el último Papa considerado mártir. El Annuario Pontificio per l’anno 2002: dice que parece que no puso objeciones para la elección de su sucesor, San Eugenio I (10 de agosto del 654), lo que implica una renuncia de facto.

Juan XII, León VIII y Benedicto V
Los conflictos entre el Papa Juan XII y el Emperador Otón I desembocaron en una sucesión vertiginosa de Papas y antipapas, en la cual uno de ellos, Benedicto V, elegido por los electores romanos frente al candidato imperial, León VIII, fue forzado a abdicar en Concilio convocado por el Emperador Otón, que lo desterró a Hamburgo.

Benedicto IX y Gregorio VI
El 1 de mayo de 1045 Benedicto IX, víctima de agitados avatares y conjuras políticas provocadas por los Tusculanos, y llenando de escándalo a la Iglesia por llevar él mismo una vida desordenada, abdica en favor de Juan Graciano, su padrino, que fue Gregorio VI. Al año siguiente, en sínodo convocado en Sutri, Gregorio VI también abdicó y se retiró al monasterio de Cluny, siendo elegido Papa Clemente II. Aún en 1048, Benedicto IX se arrepintió de su abdicación, volvió al Solio pontificio y nuevamente abdicó en agosto de 1048, siendo arrojado por el Emperador.

En todos los casos anteriores, existen dudas sobre si las abdicaciones o renuncias lo fueron realmente, o fueron realizadas bajo violencia, o fueron deposiciones forzadas.

Celestino V
En este caso no cabe ninguna duda, y tiene similitudes con la situación provocada por Benedicto XVI. Dos años estuvo vacante la Sede apostólica hasta su provisión en la persona de Pietro di Morrone, un monje que muy pronto se percató de su incapacidad para gobernar la barca de Pedro, de forma que el 13 de diciembre de 1294 abdicó en consistorio (como Benedicto XVI), postrándose y pidiendo perdón por sus errores, rogando a los Cardenales que repararan eligiendo a un digno Sucesor de San Pedro.

La importancia de este caso radica en que fue a partir de este momento en que se recogió en el derecho canónico la posibilidad de renuncia de los pontífices. Él mismo, mediante un decreto, estableció la legitimidad de la renuncia papal y su sucesor, Bonifacio VIII fijó este derecho como perpetuo.

El papa Benedicto XVI rezó ante su tumba en la ciudad italiana de L'Aquila en 2009.

Gregorio XII
Durante la época del Cisma de Occidente, Gregorio XII abdicó en 1415 para poner fin a una Cristiandad con tres Papas.

Pío VII
Según ciertos historiadores, Pío VII (1800-23), antes de partir hacia París para coronar a Napoleón en 1804, había firmado una abdicación del trono papal para ser publicada en caso de ser apresado en Francia.

Ha habido hasta el día de hoy 266 Papas. Como podemos ver, en todos los casos anteriores las abdicaciones o renuncias fueron llevadas a cabo en circunstancias críticas para la Iglesia, determinadas todas ellas, aún en los casos más dudosos, por la concurrencia de amenazas internas o externas que la ponían en peligro. El único caso que difiere es el de San Celestino V, cuya renuncia vino determinada únicamente por su propia incapacidad personal.

Aparte del hecho insólito de la renuncia de Benedicto XVI, es preocupante la pacata reacción de buena parte del mundo católico, sobre todo en España, que, en lugar de profundizar en lo sucedido, se ha limitado a encogerse de hombros y dar las gracias al Papa. 

¿Hubiese sido natural haber tenido como única reacción un agradecimiento y una palmadita en la espada a Ponciano, Marcelino, Martín I, Benedicto IX o Gregorio XI?

Quizás si estuviésemos delante de un incapaz, física o psíquicamente, podría imponerse esta reacción. Pero, ¿es el Papa Benedicto XVI un incapaz?

Es sabido que para ciertos enemigos enconados de la Iglesia todo Pontífice con cierta edad es físicamente incapaz por principio, por lo que debe dimitir, completando así un gesto en consonancia con los tiempos actuales y librándonos de esa forma del penoso espectáculo de una ancianidad impotente para llevar el orbe cristiano sobre los hombros. 

Pues bien, dicho gesto se ha producido, y aunque la renuncia del Papa no se produce por problema alguno de salud, ciertos fieles únicamente aciertan a balbucir una ovina acción de gracias que no penetra en absoluto en lo sucedido.

Un médico familiarizado con el equipo que atiende al Papa declaró el lunes a The Associated Press que el Pontífice no tiene ninguna enfermedad que amenace su vida. Pero agregó que, como muchos otros hombres de su edad, ha sufrido problemas de la próstata. Más allá de eso, el Papa está sencillamente viejo y cansado, dijo el médico a condición de no ser identificado.

¿Tiene el Papa Benedicto XVI algún tipo de incapacidad mental o psicológica?

Solamente el atrevimiento de semejante pregunta deja en evidencia a quien la formule, estando ante uno de los más grandes y esclarecidos teólogos del siglo XXI.

El texto de la renuncia es éste:

"Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino.

Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza  espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y  palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando. Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones  y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para  gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario  también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en  los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue  encomendado".
Los motivos aducidos son tan prosaicos que han de inducirnos a pensar que existe alguna otra motivación de carácter reservado que el Papa no ha querido hacer pública.

Sólo existen dos posibles alternativas: o el Papa es un irresponsable que simplemente, ha huído allí donde ninguno de los 265 papas anteriores lo ha hecho (Celestino V no huyó, sino que reconoció su incapacidad y pidió perdón en público consistorio por su pontificado y por su gesto), o la Iglesia de 2013 está realmente en una situación crítica que ha llevado al Papa a tomar esta determinación.

Joseph Ratzinger podrá ser cualquier cosa, menos irresponsable y cobarde. Se trata del Papa que ha levantado la excomunión a los cuatro Obispos de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, que ha publicado, con la abierta o solapada oposición de la gran mayoría del Episcopado mundial y de una buena parte de los fieles, el Motu Proprio Summorum Pontificum con la intención de devolver al rito romano tal cual fue celebrado inmemorialmente por la Iglesia el lugar que le fue arrebatado. El Papa que ordenó el cambio en los libros litúrgicos oficiales de todas las Conferencias Episcopales del mundo del "por muchos" por el "por todos". El Papa que ha puesto en cuarentena una "nueva realidad eclesial" como el Camino Neocatecumenal, mediante la orden tajante de cambiar su particular rito de la Misa e integrarse en la vida parroquial ordinaria. El Papa que fue a Turquía y que rescató la crítica de Manuel II Paleólogo a la doctrina de Mahoma, levantando una gigantesca ola de oposición mundial. El que ha tratado de abordar el escándalo de la pederastia en la Iglesia y, a la primera oportunidad presentada, ha retomado el expediente Maciel, interviniendo su instituto religioso y desenmascarando a un personaje al que millones de fieles veneraban como santo en vida. El Papa que ha ordenado investigar los institutos religiosos femeninos en Estados Unidos, que se ha ganado la bofetada cismática de todo el episcopado austríaco y que, siendo perfectamente consciente de sus consecuencias, ha consentido en publicar entrevistas que han levantado una gran polvareda por lo polémico de los temas abordados.

No parece que estemos ante un cobarde.

Queda solamente, pues, la otra alternativa: la Iglesia está realmente en una situación crítica. Sin embargo, para millones de católicos ésta es una realidad inadvertida. De hecho, el mensaje predominante es exactamente el contrario: la Iglesia está asistiendo a una nueva primavera, signo de la cual son las multitudes juveniles que siguen al Papa en sus viajes.

De hecho, un somero análisis de las iniciativas adoptadas por Benedicto XVI nos indica que ha fracasado en todas. Ante el intento de cerrar viejas heridas, la oposición abierta de buena parte del Episcopado. Ante el propósito valiente de recuperar la pureza y la belleza de la liturgia, la abierta desobediencia del Episcopado y los ruines miedos y reticencias del clero diocesano que han frenado su propósito. Ante la dirección de los focos sobre los oscuros sótanos de podredumbre al más alto nivel, la enemiga jurada de sectores enteros de institutos y movimientos religiosos. Ante las órdenes tajantes sobre los necesarios cambios litúrgicos y prácticos del Camino Neocatecumenal, la cínica desobediencia e incluso negación por parte de los portavoces oficiales de dicho movimiento de tales órdenes. Ante las órdenes sobre el cambio del "pro multis", la resistencia de las Conferencias Episcopales, empezando por la española. Ante el abordamiento de temas polémicos en materia moral (asunto del preservativo), la negación por parte de destacadas autoridades académicas de la Doctrina de la Iglesia en materia de vida y familia.

Los protagonistas de estas resistencias y negaciones son los mismos que ahora se prodigan agradeciendo al Papa los servicios prestados.

Es claro que Benedicto XVI se ha visto incapaz de gobernar una nave que está realmente en una situación crítica, pero no debido a ninguna tempestad exterior, sino a causa de la revuelta de la propia tripulación, que, lejos de contribuir al gobierno de la nave, se esfuerza en dirigirla hacia la zona de peligro. De forma que quienes no perciben la situación lo que deben preguntarse es qué papel están desempeñando exactamente en el barco.

Para que sea percibida la emergencia de la situación, el capitán ha resignado el mando.

Su decisión ha sido largamente meditada, pues no en vano desde 2010 ha creado 50 nuevos Cardenales, de los cuales 42 son Cardenales electores.

Benedicto XVI ha dado su último golpe de timón a la nave, en la esperanza de enderezar el rumbo.

Comenzamos la andadura




Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo:

«Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa.» (...)

Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo.» (Lc, 19, 1-10)



   Hoy comienza la andadura de esta humilde criatura, que nace sin pretensiones, para decir simplemente aquello que vemos que otros callan, por obedecer a los demonios del miedo, del cálculo, de la comodidad, de la mudez o del fariseísmo. Y todo, desde la sencillez evangélica del que sólo puede abrir su casa y ofrecer sus bienes como respuesta a algo mucho más grande que él.