Juan Pablo II va camino de ser canonizado, entre otras cosas por su valor y sacrificio al agonizar públicamente en los últimos años de su Pontificado. Es verdad que durante su papado se encubrieron miles de abusos sexuales a menores, pero es un pequeño detalle que no importa demasiado al establishment curial y clerical para elevarlo a los altares cuanto antes.
Benedicto XVI renuncia a culminar su pontificado por verse mayor y los mismos voceros, clérigos o laicos, lo aplauden desaforadamente por su sentido de la prudencia ante un acto que, en sus detalles, es único en la Historia de la Iglesia.
Pasados los días se comprueba que el principal problema de la renuncia de Benedicto no es tanto ésta, como el páramo que había bajo sus pies. Dos Papas loados y aplaudidos (con sólo ocho años de diferencia) por dos actos contrarios y opuestos.
El católico de hoy ha aniquilado su propio juicio. No quiera Dios que mañana un Papa condene el chorizo frito con patatas porque el católico al uso lo aplaudirá a rabiar hasta hacerse vegetariano y los demás seremos calificados de progres, carcas o las dos cosas a la vez. Al católico de hoy le da igual lo que le echen: acepta todo lo que venga de arriba, no porque Roma sea garante de la Fe y la Tradición, sino porque ve en Roma la única fuente de la Revelación y toda verdad inapelable.
Posiblemente sólo en el futuro se entenderá la decisión de Benedicto XVI. Quizá se vió incapaz de gobernar a los lobos que se devoran entre sí dentro de la Curia y el episcopado, y cuyas dentelladas van minando la unidad de la Iglesia, unidad rasgada que tanto ha lamentado públicamente el Santo Padre. Ya nos dijo nada más ser elegido Sumo Pontífice que rezáramos para que no huyera de los lobos. Quizá sólo abdicó porque pensaba que su edad era un obsátaculo insalvable. En todo caso, al menos tomó la decisión desde la libertad de espíritu que siempre le caracterizó. Justo lo contrario que el católico 'ortodoxo' medio que le jalea lo contrario que aplaudía en Juan Pablo II. La paradoja es que el establishment oficial ha sacralizado tanto la figura del Papa que hasta asume como normal, sin chistar, cualquier acto de desacralización por parte del propio Papa.
Espeluznante.
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