miércoles, 27 de marzo de 2013

Test para determinados especímenes que se hacen llamar "tradicionalistas".



Antiguamente llamado examen de conciencia o ejercitatorio de la vida espiritual

1) ¿Es válida una confesión sin estola?
2) ¿Es herético un discurso pronunciado sin muceta?
3) ¿Enseñas al que no sabe?
4) ¿Es más eficaz una bendición impartida desde la silla gestatoria o desde el papamóvil?
5) ¿Visitas y cuidas a enfermos?
6) ¿Confirma a los hermanos mejor el Papa desde una tarima elevada o a ras de suelo?
7) ¿Vas a visitar a presos?
8) ¿Un Papa sin tiara es Papa o no es Papa?
9) ¿Rezas por los que te persiguen y calumnian?
10) ¿Qué parte de tus ganancias das a la Iglesia?
11) ¿Es más importante corregir el uso de la muceta o consolar a un hermano?
12) ¿Sobre qué cuestiones anteriores crees que te preguntará Cristo el Día del Juicio Final?
13) ¿Te ha parecido populista este examen?

miércoles, 20 de marzo de 2013

Tradicionalismo reset



Annuntio vobis gaudium magnum;
habemus Papam!:
Eminentissimum ac Reverendissimum Dominum,
Dominum Georgium Marium
Sanctae Romanae Ecclesiae Cardinalem Bergoglio
qui sibi nomen imposuit Franciscum

Nada más escuchar estas palabras del Cardenal Protodiácono quedé bloqueado y atávicos miedos treparon sinuosos hasta dibujar en mi mente inquietantes fantasmas mezclados con oscuros presagios largamente anunciados. La perpleja aprensión crecía a medida que aquél hombre vestido de blanco, que también apareció algo perplejo ante el pueblo, iba dispensando gestos sin precedentes: aparición sin atributos papales, elección de un nombre inédito, petición de oraciones por él al pueblo, extravagantes gestos calificados de populistas... Los antecedentes conocidos del Cardenal Jorge Mario no ayudaban a disipar los recelos.

Nada habíamos publicado a la espera de los acontecimientos.

Hoy estamos ante un Papa que en su primera homilía habló de elegir entre Cristo o el mundo, que alertó contra el peligro de convertir a la Iglesia en una ONG, que citó a Leon Bloy, que puso la Cruz ante los ojos del orbe cristiano como condición necesaria para ser católico, y que, sin olvidar el respeto por la Creación, por encima de todo y todos pone a los pobres y los enfermos. En la Misa Pro Ecclesia con los Cardenales electores, en la Audiencia con el Sacro Colegio Cardenalicio, en la audiencia con los representantes de los medios de comunicación y en la Misa Pro Eligendo Pontifice el tono ha sido el mismo, siempre con sitial de honor para los pobres y enfermos, y demostrado con hechos, no con meras palabras.

Inmediatamente, desde algunos blogs tradicionalistas se multiplicaron los rumores sobre supuestas acciones censurables de Francisco, acentuadas por su descuido de la mitra, la muceta, el roquete, el estolón, el sobrepelliz, los zapatos, la Cruz pectoral o el Anillo del Pescador. Todo ello, junto a la alegre bienvenida dispensada por personajes como Leonardo Boff se tiene por prueba de su indudable heterodoxia y de la segura ruina espiritual de su pontificado. Los más osados incluso declaran no reconocerle como Papa legítimo.

Sabido es que la Tradición es una de las fuentes de la Revelación, y aún más, es su fuente primordial. Un cuerpo aparte lo forman las tradiciones teológicas, disciplinares, litúrgicas o devocionales nacidas con el transcurso del tiempo en las iglesias locales, que constituyen formas particulares en las que la gran Tradición recibe formas adaptadas a los diversos lugares y épocas. Estas tradiciones hallan sentido a la luz de la primera, bajo cuya luz pueden ser mantenidas, enriquecidas o abandonadas bajo la guía del Magisterio.

El tradicionalismo surge y tiene su razón de ser como reacción ante la revuelta de la Revolución, que en su furibundo carácter anticrístico buscó crear un presente ateístico sin relación con el pasado, borrando cualquier vestigio de vinculación del presente con el pasado de las naciones cristianas de Occidente. En su empeño alcanzó con sus zarpazos a la propia Iglesia, en la cual su obra se ha hecho visible con la destrucción de muchos de sus signos y símbolos públicos, con la solapada colaboración de los demoledores internos. Es, pues, un fenómeno coyuntural, que surge como movimiento defensivo ante el ataque violento del enemigo, y que en el ámbito eclesial se ha traducido en la celosa vigilancia en la salvaguarda de signos y símbolos que han tenido larga vigencia en la Iglesia.

Por eso así hablaba el Santo, el que dice la Verdad, el que posee la llave de David, el que abre y nadie puede cerrar, a la Iglesia de Filadelfia: «Yo conozco tus obras (...) a pesar de tu debilidad, has cumplido mi Palabra sin renegar de mi Nombre. Ya que has cumplido mi consigna de ser constante, yo también te preservaré en la hora de la tribulación, que ha de venir sobre el mundo entero para poner a prueba a todos los habitantes de la tierra. Yo volveré pronto: conserva firmemente lo que ya posees, para que nadie pueda arrebatarte la corona” (Ap., 3, 7-11). Es la palabra que se dirige a la Iglesia que, en la hora de la desesperación por la restauración total de las cosas, es conminada a a guardar lo recibido con paciencia, en la esperanza del próximo retorno de Cristo.

Ahora aparece un Papa que no hace gran caso de la muceta, el estolón y la tiara, y desde ámbitos tradicionalistas se interpretan tales descuidos como consciente participación en la obra de demolición, anunciando graves catástrofes de seguir en esa línea. Sin embargo, lejos de hacer mella en la Fe del pueblo católico tales cosas, las homilías y los gestos de Francisco llenan de esperanza al pueblo sencillo e invitan al examen de conciencia a quienes le ven y le oyen.

“El mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones” (texto de renuncia de Benedicto XVI), ya no es el de 1789, ni el de 1945, ni el de 1989, y ni siquiera es el del año 2000, y la Revolución ha alcanzado en buena parte sus propósitos, centrando sus esfuerzos desde hace décadas en atacar el núcleo de la Revelación y la Tradición, que ya no es comprendido por el hombre moderno, más que las tradiciones eclesiásticas y litúrgicas que hallan sentido y razón de ser a la luz de la primera. Por ello, el Pontificado de Benedicto XVI se consagró en buena parte a destruir las irracionales filosofías relativistas y nihilistas propias de nuestro tiempo.

La lectura de los acontecimientos del presente nos indica que las tradiciones de la Sede Petrina son importantes, pero no constituyen el frente de batalla, que hace tiempo se desplazó a otros escenarios. Por eso, dice el que es Amén, el Testigo fiel y verídico, el Principio de las obras de Dios, a la iglesia de Laodicea: «Conozco tus obras: no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Por eso, porque eres tibio, te vomitaré de mi boca. Tú andas diciendo: Soy rico, estoy lleno de bienes y no me falta nada. Y no sabes que eres desdichado, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo. (…) Yo corrijo y comprendo a los que amo. ¡Reanima tu fervor y arrepiéntete!” (Ap. 3, 14-19). Es la Palabra que se dirige a la Iglesia vacilante y que, por haber olvidado su primer amor, está en trance de ser vomitada por el Señor, y cuyos trazos podemos reconocer fácilmente en la Iglesia del presente.

Esta rápida lectura no es compartida, sin embargo, por amplios sectores “tradicionalistas”, que hacen depender la legitimidad de Francisco de su pulcro respeto a las tradiciones eclesiásticas de la Sede Apostólica. En ese sentido, una omisión, una falta o una prescindencia son consideradas definitivas por estos sectores, sin que, sin embargo, apliquen el mismo rasero a los miembros más “tradicionalistas” de la Curia, ni al predecesor inmediato del actual Pontífice, ni tampoco a los anteriores.

Porque, ¿por qué y en qué medida ha de ser calificado de desastre prescindir de la muceta o la opción por un Anillo de plata, y no debe serlo el olvido de la capa magna? ¿Olvidar el estolón es indicio de segura ruina, pero relegar el capelo cardenalicio no lo es?

¿Por qué nadie lamenta el abandono del número de 33 botones de la sotana cardenalicia, en recuerdo de la edad de Cristo, que pasó a 24? ¿Por qué está bien que el orden diaconal, presbiteral y episcopal del Colegio Cardenalicio sea el que elija el Sumo Pontífice, y no solamente el orden episcopal, como estableció el Decreto In Nomine Domini en 1059? ¿Por qué puede incrementarse ilimitadamente el número de Cardenales, y no se respeta el número de 7, 18, 24, 40, 70, ó 120, como en el pasado, que en ocasiones estaba transido de un importante simbolismo?

¿Por qué se reputa por traición la omisión de la tiara por parte de Francisco, pero no por parte de Benedicto?

¿Fue bueno o malo que Pablo VI aboliese el privilegio de que en España, Austria y Portugal fuese un gobernante civil el que impusiese la birreta al Cardenal elegido?

La razón de esta reacción parece estar más en la persona de Bergoglio que en sus hechos y palabras objetivamente considerados.

Es evidente que, o esas corrientes tradicionalistas se resetean a sí mismas para repensar su papel en la batalla que presenta la Iglesia interpretando correctamente los signos de los tiempos, o acabarán tomando tintes caricaturescos, como ya aparece en buena parte de las críticas lanzadas hasta el momento. Desde esta humilde casa, desde luego, prestamos pleno acatamiento a Francisco, como a todos los Pontífices anteriores.

lunes, 18 de marzo de 2013

Se esperaba un príncipe y llegó un cura con los zapatos gastados

Estas palabras las publicamos en los blogs The Wanderer e Infocaótica a modo de comentario. Ahora las subimos a este ciber rincón.


A mi lo que me está frustrando es la reacción tradicionalista habitual, empezando por mi mismo en un primer momento.

El Papa Francisco no es muy solemne, ni elegante. Como cardendal fue ecumenista hasta el exceso y sus Misas son pobretonas. Bien, ¿pero es eso suficiente para dudar de sus buenos actos? Ahora en la red muchos tradicionalistas se dedican a llamar farsante a un cardenal porque vive pobre y se junta con los pobres. ¿De qué desconfiamos, de que no oficia Misa tradicional o de que se junta con los parias? ¿No nos producirán en realidad rechazo tanto su falta de tradicionalismo como su empatía con los descastados?

Circula por la red un mensaje de un religioso que conoció curas a sus órdenes, y que le agradecen su misericordia en momentos difíciles, su cercanía cuando más lo necesitaban. Dios quiera que nos mande curas así, porque no los hay. El mejor cura hoy administra bien sacramentos y dirección espiritual, pero no "persigue" a los fieles para interesarse por ellos. Esperan sentados en el confesionario o la sacristía. Sin embargo, los comentarios en los diferentes blogs tradicionalistas son del tenor, "es un farsante", "su caridad y humildad son impostadas". ¿Y si los farsantes somos nosotros por obcecarnos desde nuestro pequeño pedestal en defender la Tradición sin mojarnos con el barro?

Bergoglio no es -al menos que sepamos- un santo. Me da la sensación de un personaje un tanto estridente, que va por libre, algo neuras. Pero por lo que cuentan y por lo que él mismo dice, va por libre para lo bueno y para lo malo, y se planta como igual ante cualquiera, sea cardenal o cartonero. A lo mejor esperábamos un príncipe que pusiera orden desde un trono y resulta que nos mandan un hombre normal que se sabe hermanado con reyes y mendigos. ¿No será eso lo que nos escuece?

La muceta, la silla gestatoria, todo eso, dudo que a Dios le quite el sueño. El sólo necesitó un manto de una pieza y su Palabra. Franciso parece que va a hablar claro: "cuándo no se reza a Dios se reza a la mundanidad del Demonio". ¿Hacía cuanto que un Papa no hablaba tan claro públicamente? O Cristo o Satanás.

El susto inicial fue normal, porque juzgamos a los "salvadores" potenciales de la Iglesia por sus ideas, por su cuidado litúrgico, por cuántas Misas tradicionales han oficiando, por si han usado capa cardenalicia... Pero llega un tipo empapado de barrio, sentándose a comer con mendigos y decimos:"¿¿Éste??" Y a lo mejor éste es simplemente el más humano de todos, el más de carne y hueso mientras los demás flotamos en la teología.

Sigo creyendo en la defensa de la Tradición, pero se me está pinchando la burbuja tradicionalista.

sábado, 2 de marzo de 2013

La Nueva Evangelización

Juan Pablo II, ante un mundo desolado espiritualmente, apremió a los católicos a emprender una nueva evangelización. Ésta no sería nueva por su contenido, como si el Evangelio hubiera cambiado, si no por los modos ante una sociedad tan diferente a la, que en otro tiempo y sobre este mismo suelo, habitó la Cristiandad.
El término lo emplean habitualmente en la Jerarquía, casi como una tarea pendiente, un camino que está en continuo esbozo. Incluso existe un consejo pontificio para la nueva evangelización.
¿Pero en qué consiste evangelizar de nuevo una tierra en la que la creencia se ve como dañina y la indiferencia como ética? Hay que reconocer la dificultad de explicar las bondades que vienen de la fe en Dios cuando los que han expulsado a Dios de la sociedad, de las familias y cada vez más de las conciencias, esgrimen conceptos tan humanos como libertad, respeto, solidaridad o dignidad. ¿Será la nueva evangelización afrontar el debate de ideas con modos y expresiones nuevas, con algún tipo de estrategia audaz que desarme dialécticamente el escepticismo?
El entonces cardenal Ratzinger no parecía muy partidario de esta visión en su libro Mirar a Cristo: “La conversión del mundo antiguo al Cristianismo no fue el resultado de una actividad planificada, sino el fruto de la prueba de la vida de la fe en el mundo, tal como se hacía visible en la vida de los cristianos y en la comunidad de la Iglesia […] La apostasía de la vida moderna se basa en la caída de la verificación de la fe en la vida de los cristianos. […] La nueva evangelización, de la que tan urgente necesidad tenemos hoy, no se realizará con teorías astutamente escogidas: el catastrófico fracaso de la catequesis moderna resulta hasta evidente en exceso”.
¿Qué se puede hacer entonces para llevar a cabo la nueva evangelización? Las palabras de Ratzinger apuntan a una mayor coherencia de la vida del cristiano, no a emprender tácticas nuevas con un lenguaje actualizado.
 Pero, ¿qué supone esa mayor coherencia? ¿Pasará por una mayor autoexigencia de los cristianos, un mayor rigor y esfuerzo en el cumplimiento de la piedad y los mandamientos? La vedad es que a Benedicto XVI nunca le han atraído los esfuerzos sobrehumanos, sino los individuos y las comunidades que, simplemente, se dejan llevar por Dios.
Todavía no hay nadie que haya redactado una especie de hoja de ruta definitiva para la nueva evangelización, pero quizá ésta sea tan sencilla como lo que decía Santa Teresita de Lisieux en Historia de un alma:
“He aquí todo lo que Jesús exige de nosotros. No tiene necesidad alguna de nuestras obras, sino solamente de nuestro amor. Porque ese mismo Dios que declara no tener necesidad de decirnos si tiene hambre, no vacila en mendigar un poco de agua a la samaritana. Tenía sed, pero al decir “dame de beber”, era el amor de su pobre criatura lo que el Creador del universo reclamaba. Tenía sed de amor. ¡Ah! Como me doy cuenta, más que nunca, de que Jesús está sediento. Entre los discípulos del mundo sólo halla ingratos e indiferentes, y entre sus discípulos encuentra, ay, pocos corazones que se entreguen a él sin reserva, que comprendan toda la ternura de su amor infinito”.
Quién sabe si la nueva evangelización supone, simplemente, dejarnos querer más por Dios. Como la samaritana, que sobrecogida al descubrir que Jesús la amaba, hasta se olvidó de recoger agua y fue corriendo a anunciar al Mesías.