miércoles, 20 de marzo de 2013

Tradicionalismo reset



Annuntio vobis gaudium magnum;
habemus Papam!:
Eminentissimum ac Reverendissimum Dominum,
Dominum Georgium Marium
Sanctae Romanae Ecclesiae Cardinalem Bergoglio
qui sibi nomen imposuit Franciscum

Nada más escuchar estas palabras del Cardenal Protodiácono quedé bloqueado y atávicos miedos treparon sinuosos hasta dibujar en mi mente inquietantes fantasmas mezclados con oscuros presagios largamente anunciados. La perpleja aprensión crecía a medida que aquél hombre vestido de blanco, que también apareció algo perplejo ante el pueblo, iba dispensando gestos sin precedentes: aparición sin atributos papales, elección de un nombre inédito, petición de oraciones por él al pueblo, extravagantes gestos calificados de populistas... Los antecedentes conocidos del Cardenal Jorge Mario no ayudaban a disipar los recelos.

Nada habíamos publicado a la espera de los acontecimientos.

Hoy estamos ante un Papa que en su primera homilía habló de elegir entre Cristo o el mundo, que alertó contra el peligro de convertir a la Iglesia en una ONG, que citó a Leon Bloy, que puso la Cruz ante los ojos del orbe cristiano como condición necesaria para ser católico, y que, sin olvidar el respeto por la Creación, por encima de todo y todos pone a los pobres y los enfermos. En la Misa Pro Ecclesia con los Cardenales electores, en la Audiencia con el Sacro Colegio Cardenalicio, en la audiencia con los representantes de los medios de comunicación y en la Misa Pro Eligendo Pontifice el tono ha sido el mismo, siempre con sitial de honor para los pobres y enfermos, y demostrado con hechos, no con meras palabras.

Inmediatamente, desde algunos blogs tradicionalistas se multiplicaron los rumores sobre supuestas acciones censurables de Francisco, acentuadas por su descuido de la mitra, la muceta, el roquete, el estolón, el sobrepelliz, los zapatos, la Cruz pectoral o el Anillo del Pescador. Todo ello, junto a la alegre bienvenida dispensada por personajes como Leonardo Boff se tiene por prueba de su indudable heterodoxia y de la segura ruina espiritual de su pontificado. Los más osados incluso declaran no reconocerle como Papa legítimo.

Sabido es que la Tradición es una de las fuentes de la Revelación, y aún más, es su fuente primordial. Un cuerpo aparte lo forman las tradiciones teológicas, disciplinares, litúrgicas o devocionales nacidas con el transcurso del tiempo en las iglesias locales, que constituyen formas particulares en las que la gran Tradición recibe formas adaptadas a los diversos lugares y épocas. Estas tradiciones hallan sentido a la luz de la primera, bajo cuya luz pueden ser mantenidas, enriquecidas o abandonadas bajo la guía del Magisterio.

El tradicionalismo surge y tiene su razón de ser como reacción ante la revuelta de la Revolución, que en su furibundo carácter anticrístico buscó crear un presente ateístico sin relación con el pasado, borrando cualquier vestigio de vinculación del presente con el pasado de las naciones cristianas de Occidente. En su empeño alcanzó con sus zarpazos a la propia Iglesia, en la cual su obra se ha hecho visible con la destrucción de muchos de sus signos y símbolos públicos, con la solapada colaboración de los demoledores internos. Es, pues, un fenómeno coyuntural, que surge como movimiento defensivo ante el ataque violento del enemigo, y que en el ámbito eclesial se ha traducido en la celosa vigilancia en la salvaguarda de signos y símbolos que han tenido larga vigencia en la Iglesia.

Por eso así hablaba el Santo, el que dice la Verdad, el que posee la llave de David, el que abre y nadie puede cerrar, a la Iglesia de Filadelfia: «Yo conozco tus obras (...) a pesar de tu debilidad, has cumplido mi Palabra sin renegar de mi Nombre. Ya que has cumplido mi consigna de ser constante, yo también te preservaré en la hora de la tribulación, que ha de venir sobre el mundo entero para poner a prueba a todos los habitantes de la tierra. Yo volveré pronto: conserva firmemente lo que ya posees, para que nadie pueda arrebatarte la corona” (Ap., 3, 7-11). Es la palabra que se dirige a la Iglesia que, en la hora de la desesperación por la restauración total de las cosas, es conminada a a guardar lo recibido con paciencia, en la esperanza del próximo retorno de Cristo.

Ahora aparece un Papa que no hace gran caso de la muceta, el estolón y la tiara, y desde ámbitos tradicionalistas se interpretan tales descuidos como consciente participación en la obra de demolición, anunciando graves catástrofes de seguir en esa línea. Sin embargo, lejos de hacer mella en la Fe del pueblo católico tales cosas, las homilías y los gestos de Francisco llenan de esperanza al pueblo sencillo e invitan al examen de conciencia a quienes le ven y le oyen.

“El mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones” (texto de renuncia de Benedicto XVI), ya no es el de 1789, ni el de 1945, ni el de 1989, y ni siquiera es el del año 2000, y la Revolución ha alcanzado en buena parte sus propósitos, centrando sus esfuerzos desde hace décadas en atacar el núcleo de la Revelación y la Tradición, que ya no es comprendido por el hombre moderno, más que las tradiciones eclesiásticas y litúrgicas que hallan sentido y razón de ser a la luz de la primera. Por ello, el Pontificado de Benedicto XVI se consagró en buena parte a destruir las irracionales filosofías relativistas y nihilistas propias de nuestro tiempo.

La lectura de los acontecimientos del presente nos indica que las tradiciones de la Sede Petrina son importantes, pero no constituyen el frente de batalla, que hace tiempo se desplazó a otros escenarios. Por eso, dice el que es Amén, el Testigo fiel y verídico, el Principio de las obras de Dios, a la iglesia de Laodicea: «Conozco tus obras: no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Por eso, porque eres tibio, te vomitaré de mi boca. Tú andas diciendo: Soy rico, estoy lleno de bienes y no me falta nada. Y no sabes que eres desdichado, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo. (…) Yo corrijo y comprendo a los que amo. ¡Reanima tu fervor y arrepiéntete!” (Ap. 3, 14-19). Es la Palabra que se dirige a la Iglesia vacilante y que, por haber olvidado su primer amor, está en trance de ser vomitada por el Señor, y cuyos trazos podemos reconocer fácilmente en la Iglesia del presente.

Esta rápida lectura no es compartida, sin embargo, por amplios sectores “tradicionalistas”, que hacen depender la legitimidad de Francisco de su pulcro respeto a las tradiciones eclesiásticas de la Sede Apostólica. En ese sentido, una omisión, una falta o una prescindencia son consideradas definitivas por estos sectores, sin que, sin embargo, apliquen el mismo rasero a los miembros más “tradicionalistas” de la Curia, ni al predecesor inmediato del actual Pontífice, ni tampoco a los anteriores.

Porque, ¿por qué y en qué medida ha de ser calificado de desastre prescindir de la muceta o la opción por un Anillo de plata, y no debe serlo el olvido de la capa magna? ¿Olvidar el estolón es indicio de segura ruina, pero relegar el capelo cardenalicio no lo es?

¿Por qué nadie lamenta el abandono del número de 33 botones de la sotana cardenalicia, en recuerdo de la edad de Cristo, que pasó a 24? ¿Por qué está bien que el orden diaconal, presbiteral y episcopal del Colegio Cardenalicio sea el que elija el Sumo Pontífice, y no solamente el orden episcopal, como estableció el Decreto In Nomine Domini en 1059? ¿Por qué puede incrementarse ilimitadamente el número de Cardenales, y no se respeta el número de 7, 18, 24, 40, 70, ó 120, como en el pasado, que en ocasiones estaba transido de un importante simbolismo?

¿Por qué se reputa por traición la omisión de la tiara por parte de Francisco, pero no por parte de Benedicto?

¿Fue bueno o malo que Pablo VI aboliese el privilegio de que en España, Austria y Portugal fuese un gobernante civil el que impusiese la birreta al Cardenal elegido?

La razón de esta reacción parece estar más en la persona de Bergoglio que en sus hechos y palabras objetivamente considerados.

Es evidente que, o esas corrientes tradicionalistas se resetean a sí mismas para repensar su papel en la batalla que presenta la Iglesia interpretando correctamente los signos de los tiempos, o acabarán tomando tintes caricaturescos, como ya aparece en buena parte de las críticas lanzadas hasta el momento. Desde esta humilde casa, desde luego, prestamos pleno acatamiento a Francisco, como a todos los Pontífices anteriores.

1 comentario:

  1. Extraordinaria entrada. Muchas gracias porque llevaba tiempo queriendo leer/oír este enfoque

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