sábado, 2 de marzo de 2013

La Nueva Evangelización

Juan Pablo II, ante un mundo desolado espiritualmente, apremió a los católicos a emprender una nueva evangelización. Ésta no sería nueva por su contenido, como si el Evangelio hubiera cambiado, si no por los modos ante una sociedad tan diferente a la, que en otro tiempo y sobre este mismo suelo, habitó la Cristiandad.
El término lo emplean habitualmente en la Jerarquía, casi como una tarea pendiente, un camino que está en continuo esbozo. Incluso existe un consejo pontificio para la nueva evangelización.
¿Pero en qué consiste evangelizar de nuevo una tierra en la que la creencia se ve como dañina y la indiferencia como ética? Hay que reconocer la dificultad de explicar las bondades que vienen de la fe en Dios cuando los que han expulsado a Dios de la sociedad, de las familias y cada vez más de las conciencias, esgrimen conceptos tan humanos como libertad, respeto, solidaridad o dignidad. ¿Será la nueva evangelización afrontar el debate de ideas con modos y expresiones nuevas, con algún tipo de estrategia audaz que desarme dialécticamente el escepticismo?
El entonces cardenal Ratzinger no parecía muy partidario de esta visión en su libro Mirar a Cristo: “La conversión del mundo antiguo al Cristianismo no fue el resultado de una actividad planificada, sino el fruto de la prueba de la vida de la fe en el mundo, tal como se hacía visible en la vida de los cristianos y en la comunidad de la Iglesia […] La apostasía de la vida moderna se basa en la caída de la verificación de la fe en la vida de los cristianos. […] La nueva evangelización, de la que tan urgente necesidad tenemos hoy, no se realizará con teorías astutamente escogidas: el catastrófico fracaso de la catequesis moderna resulta hasta evidente en exceso”.
¿Qué se puede hacer entonces para llevar a cabo la nueva evangelización? Las palabras de Ratzinger apuntan a una mayor coherencia de la vida del cristiano, no a emprender tácticas nuevas con un lenguaje actualizado.
 Pero, ¿qué supone esa mayor coherencia? ¿Pasará por una mayor autoexigencia de los cristianos, un mayor rigor y esfuerzo en el cumplimiento de la piedad y los mandamientos? La vedad es que a Benedicto XVI nunca le han atraído los esfuerzos sobrehumanos, sino los individuos y las comunidades que, simplemente, se dejan llevar por Dios.
Todavía no hay nadie que haya redactado una especie de hoja de ruta definitiva para la nueva evangelización, pero quizá ésta sea tan sencilla como lo que decía Santa Teresita de Lisieux en Historia de un alma:
“He aquí todo lo que Jesús exige de nosotros. No tiene necesidad alguna de nuestras obras, sino solamente de nuestro amor. Porque ese mismo Dios que declara no tener necesidad de decirnos si tiene hambre, no vacila en mendigar un poco de agua a la samaritana. Tenía sed, pero al decir “dame de beber”, era el amor de su pobre criatura lo que el Creador del universo reclamaba. Tenía sed de amor. ¡Ah! Como me doy cuenta, más que nunca, de que Jesús está sediento. Entre los discípulos del mundo sólo halla ingratos e indiferentes, y entre sus discípulos encuentra, ay, pocos corazones que se entreguen a él sin reserva, que comprendan toda la ternura de su amor infinito”.
Quién sabe si la nueva evangelización supone, simplemente, dejarnos querer más por Dios. Como la samaritana, que sobrecogida al descubrir que Jesús la amaba, hasta se olvidó de recoger agua y fue corriendo a anunciar al Mesías.

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